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La Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) proclama los derechos inalienables de todo ser humano, independientemente de su raza, color, religión, sexo, idioma, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Este histórico documento fue adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948. Es por eso que el Día de los Derechos Humanos —declarado oficialmente en 1950— se celebra a nivel internacionalmente en la misma fecha, para conmemorar y recordar la importancia de la Declaración, e incentivar su cumplimiento. 

El derecho a la vida, la libertad y la seguridad, a ser libre de discriminación, a ser libre de esclavitud, a ser libre de tortura, a la libertad de movimiento, al descanso y al tiempo libre, a un mundo libre y justo, son algunos de los derechos inalienables básicos mencionados en los 30 artículos de la DUDH. Proclamados en un contexto post-guerra, con ellos se buscaba evitar que se repitieran los campos de concentración y otros horrores de la Segunda Guerra Mundial, y garantizar a todo ser humano el trato decente y la protección contra cualquier forma de discriminación. Algo totalmente razonale tomando en cuenta que la capacidad de sufrir y de el impulso de vivir libre del mismo es común a todos los seres humanos, sin importar sus características específicas.

Entonces, si hoy en día se reconoce que los animales no humanos, al igual que los humanos, son seres sensibles y sintientes que experimentan emociones tanto positivas como negativas,  ¿por qué no merecerían tener también derechos básicos que les garanticen una vida digna a su manera?

Actualmente, la mayoría de los animales criados para consumo humano, además de morir prematuramente, pasan sus cortas vidas en condiciones de hacinamiento, con enfermedades, dolores recurrentes, estrés, miedo e inestabilidad psicológica. Cada año, miles de millones de madres son separadas de sus crías y otros miles de millones de animales son asesinados cuando todavía son bebés, incluso recién nacidos. De los que sobreviven, gran parte pasan por mutilaciones para cortarles o quitarles los cuernos, picos, colas, dientes y otras partes del cuerpo —según la especie—, procedimientos que se realizan sin anestesia. Y crecer tampoco es fácil. La crianza selectiva y los cambios en la alimentación de los animales, ha hecho que muchos de ellos desarrollen partes de su cuerpo en proporciones sobrenaturales —por supuesto, a conveniencia de la industria— al punto de no poder levantarse sobre sus patas. 

Poder tomar aire fresco, recibir la luz del sol, sentir el suelo con tu piel y algo tan simple como poder estirar y girar tu cuerpo, son elementos sumamente básicos de una vida digna que debiera tener cualquier animal, sea humano o no humano. Sin embargo, miles de millones de gallinas viven un espacio menor a una hoja tamaño A4; están tan hacinadas que no pueden extender sus alas y llegan a perder la movilidad de las mismas. La mayoría de ellas nunca recibe la luz directa del sol; sólo conocen la luz artificial, que además es modificada para provocar cambios en su ciclos fisiológicos. Dentro de las jaulas en batería, muchas viven rodeadas de compañeras moribundas y los cuerpos de las que no lograron sobrevivir que suelen ser dejados ahí hasta podrirse. El aire dentro de estas cárceles es tan cargado que apagar el sistema de ventilación ha sido utilizado como un método para matar masivamente a las aves ante la rápida expansión de la gripe aviar este año. 

El caso de las gallinas es uno entre muchos. La situación es similar, por ejemplo, para millones de cerdas en jaulas de gestación que no pueden ni si quiera girar su cuerpo entero o mirar hacia atrás. El patrón de vulneración de las necesidades básicas a nivel físico, social y psicológico de los animales en granjas industriales se repite, así se trate de vacas, peces, patos, ovejas, cabras, pavos, zorros, visones, codornices, perros o cualquier otra especie. Como si lo descrito no fuera suficientemente terrible, falta aún considerar el daño ecológico que provoca la crianza masiva de animales para consumo humano, su alto impacto en la aceleración del cambio climático, y cómo todo ello afecta la vida de los animales silvestres y salvajes, y les lleva a situaciones de extremo sufrimiento. A eso también se suma el abuso y abandono de animales de compañía, y las miserables vidas a la que son sometidos millones de animales en laboratorios, zoológicos, acuarios, circos, espacios turísticos, minas y muchas otras actividades donde se les encierra y explota. 

Es por eso que los defensores de los animales, con el objetivo de evitar que se sigan cometiendo tantas injusticias contra un incalculable número de seres sintientes, han estado luchando por el reconocimiento de los derechos de los animales desde hace mucho tiempo. Entre los varios pronunciamientos realizados en ese sentido, uno de los más conocidos fue la Declaración Universal de los Derechos de los Animales anunciada en la sede de la UNESCO en 1978, a 30 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Sin embargo, no se le prestó mucha atención y quedó en el olvido antes de que se hicieran efectivos acuerdos internacionales al respecto. 

Continuando con la lucha, la organización animalista Uncaged creó el Día Internacional de los Derechos de los Animales en 1998, coincidiendo con el 50º aniversario de la DUDH. Se lo estableció en la misma fecha que el Día de los Derechos Humanos para resaltar que los principios básicos de libertad, justicia y dignidad —establecidos en la DUDH— son inclusivos y no pueden aplicarse discriminatoriamente bajo ningún parámetro, sea este raza, sexo, capacidades, posición social… ni, ¿por qué no?, especie. Por lo tanto, los animales deberían gozar de derechos básicos como el derecho a la vida digna, a no ser sometidos a actos de crueldad y tortura y a no ser explotados, por mencionar sólo algunos. 

Entonces, cada 10 de diciembre se celebra el Día Internacional de los Derechos Humanos y de los Animales. Es una oportunidad para recordar la importancia de seguir luchando por el respeto integral a la vida de todos los seres sintientes para evitar su sufrimiento innecesario, sin ejercer ningún tipo de discriminación, lo cual implica incluir a los animales no humanos dentro del panorama de derechos universales.

Matilde Nuñez del Prado Alanes is from La Paz, Bolivia. She made her thesis in Sociology on cockfighting, as a result of an undercover investigation in the field for 4 years, and she is currently pursuing a Master’s Degree in Critical Theory. Her topics of interest are the relationships between humans and other sentient animals from the perspective of Critical Animal Studies, the socio-ecological issues, and the intersectionality between different forms of oppression, domination and exploitation.