La Amazonía cubre alrededor del 40% del territorio sudamericano, es el bosque tropical más grande del mundo y una de las ecorregiones con mayor biodiversidad en el planeta. Además, es clave para la estabilidad climática regional y global, y solía ser una importante reserva de carbono. Lastimosamente, esto está cambiando debido a las devastadoras industrias que se alimentan de ella.
De acuerdo al estudio “Deforestación en la Amazonía al 2025” de la RAISG, entre 2001 y 2020, la Amazonía perdió más de 54,2 millones de hectáreas, equivalentes al tamaño de Francia.
Una de las principales causas de esto es la actividad agropecuaria, que representó el 84% de la deforestación en las dos primeras décadas del siglo. A su vez, un informe de MapBiomas indica que, hasta el 2019, el 14% de la selva amazónica había sido reemplazada por actividades agropecuarias: 89 % para pastos y 11 % para cultivos.
Según una investigación del proyecto Bruno y Dom, con Forbidden Stories y The Guardian, más de 800 millones de árboles fueron talados en sólo seis años para satisfacer la demanda mundial de carne de res brasileña. Otro gran impulso a la tala indiscriminada y propagación de incendios por causa humana en la Amazonía es la producción de soya, que se utiliza mayoritariamente para alimentar animales explotados en granjas no sólo en Sudamérica sino en todo el mundo.
La minería, el comercio de madera , el cultivo de palma aceitera y otras industrias también inciden en la devastación de la Amazonía, pero, como evidencian los datos, la demanda de productos de origen animal es la causa más importante de un proceso de destrucción sin precedentes, donde no dejan de sumarse la cantidad de vidas perdidas, tanto de animales salvajes, como de animales explotados, a un ritmo cada vez más acelerado. Mientras tanto, estudios científicos advierten que la Amazonía ha empezado a sabanizarse. Estamos matando el bosque que necesitamos para sobrevivir, para explotar y matar animales innecesariamente.